La escalada en solitario está ganando en atención mediática. Las causas de dicha popularización son diversas. Para indagar más en los entresijos de una práctica histórica pero quizás, hasta ahora, menos conocida, charlamos con José Juan Domínguez López. ¡Lean!

Una breve presentación de ti mismo, por fa.
Natural de Vigo (Pontevedra), fifty two years old, aficionado a la escalada desde edad no muy temprana (desde los 25 años, aproximadamente) y venido del mundo del montañismo en general; poco a poco, me fui desarrollando en las diferentes modalidades que la escalada en roca ofrece (bien a través de algún curso, bien de forma autodidacta) hasta llegar a formar parte del cuerpo de técnicos federativos de la Escola Galega de Alta Montaña (FGM) allá por el 2003. Y como la vida, por suerte o por desgracia, nos va llevando con sus giros e imprevistos, decido en el 2015 emprender la aventura de vivir de manera profesional de la escalada, formándome como Técnico Deportivo y emprendiendo dicha aventura en mi lugar de origen, Galicia.
A mayores, colaboro en el programa de tecnificación de escalada de la FGM desde el 2017, asumiendo su dirección desde el 2019 hasta la actualidad.

Comencemos por el tema de la escalada en solitario. Teniendo en cuenta la repercusión mediática de algunos solos integrales, como los de Alex Honnold, el eco de las experiencias en solitario de conocidas figuras, como Sean Villanueva O’Driscoll al realizar la Moonwalk Traverse en el macizo del Fitz Roy hace no tanto, o la mención y el reconocimiento recientes a la trayectoria en solitario de Silvia Vidal por parte de los Piolets d’Or 2021, la pregunta que a una se le escapa sin querer es la obvia: ¿qué es escalar en solitario? ¿Qué implica?
Escalar en solitario es algo muy sencillo: en definitiva, se trata de ascender al igual que haríamos con un compañero utilizando mayormente las mismas técnicas de progresión y seguridad y con la única diferencia de aceptar un mayor compromiso ante posibles incidentes; también implica un mayor esfuerzo físico y mental, lo cual nos hace ser más conservadores a la hora de elegir las dificultades. A su vez, hace posible la experiencia de sentir y realizar por ti mismo algo que te apasiona (en este caso, la escalada) con la intención de saber si realmente uno es capaz de manejar la “gestión del riesgo” y de descubrir hasta qué punto tienes o careces de fortaleza mental en ausencia de un compañero. Por poner un ejemplo, tal vez no del todo apropiado: ¿qué diferencia hay entre hacer ciclismo en grupo y realizarlo solo? O lo mismo con el camino de Santiago… Pues que nada cambia, salvo el aumento de compromiso y responsabilidad que ello lleva implícito. En mi caso, fue algo sencillo, ya que siempre me atrajo la montaña en solitario y tengo en cierto modo alma de “líder”, por llamarlo de alguna manera: esa sensación de independencia a la hora de seleccionar el objetivo, abordar la toma de decisiones, asumir responsabilidades y, cómo no, poder escalar de forma continuada. Recuerdo llegar a detestar las cordadas de tres porque me encontraba atrapado en las reuniones, con sus largas esperas, y siempre escalando “de primero” mucho menos de lo deseado, con lo cual el solitario también encierra un cierto y profundo egoísmo, al suponer una renuncia a compartir con los demás. Para ser sincero, he realizado vías en las que, gracias a ir acompañado, he podido repartir la tensión y disfrutar de esa sensación de llegar con la cabeza petada a la reunión y pasarle el testigo al compañero (y esas seguramente son vías que no realizaría en solitario). Pero la inquietud por experimentar esas mismas sensaciones en ausencia del compañero es realmente adictiva. Evidentemente, es cuando sales de tu zona de confort cuando verdaderamente las experimentas.
La escalada en solitario siempre ha existido, pero bien es cierto que, a día de hoy, se ha convertido en algo mediático, lo cual, lejos de ser mejor o peor, contribuye, sin más, a difundir una práctica que muchos decidirán descubrir. En la pregunta de qué implica es donde radica la cuestión. Al tener más repercusión, se genera por parte de los recién iniciados una falsa imagen de accesibilidad, e incluso se habla de ella como “recurso” ante la falta de compañero. En mi caso en concreto, y ya con años de experiencia en escalada de varios largos, consumía como lector diversos artículos de escalada en solitario, los cuales me mostraban lo que parecía otro mundo, al menos a nivel psicológico y físico, y, poco a poco, decidí adentrarme en él sin prisa pero sin pausa, algo que ahora detecto de forma totalmente diferente, ya que la gente entra de golpe y sale con la misma velocidad con la que entró. Tal vez, darse cuenta del esfuerzo físico que requiere —y la falta de recompensa que implica en forma de grado y de su consiguiente “elevación del ego”— hace que las actividades en solitario finalmente supongan un sacrificio mayor del previsto. Por eso, la respuesta es sencilla y sin artilugios: el solitario implica esfuerzo, implica paciencia, implica conocerse a uno mismo y descubrir por qué escalas (esto último es algo tan básico para mi, que pienso que lo llevamos en la sangre, creo que es algo instintivo eso de ascender y sentir que implica un riesgo, el cual te permite avanzar hasta que el miedo te supera: me pasaba subiendo árboles de pequeño, jaja; las endorfinas que se segregan —o lo que quiera que sea— producen un enganche y ya no hay vuelta atrás), implica olvidarse de postureos y, sobre todo, implica constancia y tesón para lograr pequeños objetivos que, poco a poco, te lleven hacia tu gran sueño.

En su Manual Técnico de Escalada en Solitario (2015), Raúl Muñoz Triguero establece que escalar en solitario sigue consistiendo en formar una cordada, lo que pasa es que dicha cordada está constituida por una sola persona. Al plantearle esta cuestión a Eneko Pou en una entrevista que le hicimos para el número 9 de esta misma revista, expresó que, desde su punto de vista, escalar en solitario es incompatible con la idea de cordada. ¿Qué piensas tú? ¿Qué es una cordada y cuál es su cabida —si la tiene— en el universo de la escalada en solitario?
Una cordada es la unión de dos personalidades afines que comparten en la mayor parte de los casos una misma motivación, pasión e inquietud por un mismo objetivo. Creo firmemente que no tiene cabida en la práctica del solitario debido a que, en ella, tan solo existe uno mismo y las decisiones y gestión del riesgo cambian completamente. De hecho, se observa al alcanzar una cumbre: cómo exteriorizas las emociones al llegar en cordada a través de la manifestación de unos sentimientos compartidos y cómo se genera una empatía con el compañero que permite estrechar lazos. En el caso de la escalada en solitario, esa misma cumbre tiene otro tipo de significados, y las emociones se trasmiten directamente en la autoestima; es decir, se produce esa sensación que consiste en sentirse un verdadero explorador de la roca que se enfrenta de forma autónoma a las diferentes situaciones que van surgiendo.
Siempre me he sentido arropado por mi compañero de cordada, alguien en quien confías cuando surgen las adversidades o bien las debilidades internas —llámense miedos—; al enfrentarte “solo” a una vía, descubres nítidamente dónde están tus barreras físicas y psicológicas y cómo intentas superarlas, o bien sucumbes directamente a ellas.

Andy Kirkpatrick en su libro Me, Myself and I, donde comenta las técnicas, necesidades, maniobras y formas de entrenar y practicar la escalada en solitario con el objetivo de hacer frente a un big wall, tiene una frase clave: “avoid any ‘oh, shit!’ moments” —evita cualquier momento de los de ‘¡oh, mierda!’—. Dada tu experiencia en grandes paredes en Yosemite —como la Triple Direct al Capitán—, ¿qué es para ti un “’oh, shit!’ moment”?
La pregunta del millón… Pues es muy sencillo: cuando comienzas en este mundillo, empiezas evidentemente por cosas sencillas, cosas que permiten que depures la técnica en las maniobras y que ganes en autoconfianza, pero llega un momento en el que buscas salir de tu zona de confort en todos los planos (físico y mental), que evidentemente nunca llega a ser la misma situación que cuando escalas encordado, pero que tratas de que se aproxime, ya que es fuera de esta zona donde, sin duda, suceden las grandes emociones y las grandes situaciones de estrés. No es que uno las busque deliberadamente, sino que surgen por si mismas al moverte en esa estrecha linea entre el “control total” y la incertidumbre. De hecho, una vez hube finalizado mi periodo de ascensiones digamos “confortables”, siempre gusté de realizar ascensiones a vista, es decir, en paredes que no conocía y en vías desconocidas con el fin de aunar todos los ingredientes para conseguir una verdadera experiencia con la vertical. Escalar en solitario se prolonga desde que sales de casa hasta que vuelves, una continua toma de decisiones que va desde la aproximación, la localización del itinerario, la elección de ritmos, horarios y demás logística, lo cual te hace ver hasta qué punto dominas el deporte que te apasiona, y hasta qué punto estás dispuesto a arriesgar en la práctica del mismo. Siempre me atrajo la autosuficiencia y el acercarme a mis “límites”, teniendo claro que escalo por el placer de ascender por la roca (sin más), por sitios increíbles en apariencia, y obteniendo ese extraño placer de autogestión que satisface plenamente mi ego personal como escalador completo, eso que siempre quise ser: aquel que no solamente escala, sino que, además, revive la experiencia que en su día debieron de sentir los pioneros en las primeras ascensiones a las diversas paredes. Sensaciones que tienen que ver con el concepto de “aventura”, de descubrir y de solventar las diferentes dificultades que les salían al paso. Algo que Silvia Vidal eleva al concepto de “arte” al prescindir de las tecnologías y enfrentarse a sus ascensiones no solamente a vista, sino con la incertidumbre de no saber si todo su esfuerzo valdrá para algo o no a causa de los cambios repentinos en la meteorología, por ejemplo. Es algo grandioso ver cómo acepta las consecuencias de su compromiso consigo misma a través de un nivel ético tan alto, considerando que podría asegurarse sus actividades si quisiera para alcanzar con mayores garantías un éxito que le reportaría un plus a su imagen mediática. Por el contrario, sacrifica todo eso por tan solo una vivencia personal de un nivel que a nosotros, los mundanos, se nos escapa… Una especie de adicción sin duda similar a la que Alex Honnold buscó con la realización de El Capitán en solo integral.
“Avoid any ‘oh, shit!’ moments”… En referencia a esta frase, recuerdo mi segundo día en la ascensión de la Triple Direct. Me encontraba en las travesías, cansado y bastante preocupado ante la posibilidad de un enganche del petate y, al mismo tiempo, observaba que mis tiempos no iban según lo previsto. Ese día, mi cabeza no paraba de decirme que tal vez me había metido en algo para lo que no estaba preparado, y ciertamente exclamé el “oh shit!”. Son momentos en los que sientes que el miedo está venciendo la batalla. Pero también sabía que no quería abandonar un sueño a la primera de cambio. Cuando inviertes mucho tiempo en tu sueño, se genera una especie de fuerza interior que te ayuda a mantener la calma y a ser positivo, controlando tus propios miedos e impulsándote hacia adelante con la simple idea de que sabes que estás a la altura del objetivo que te has marcado. Cabe decir también que, en mi caso, en esta ascensión lo más duro tal vez fuera tomar la decisión de entrar en la vía. Recuerdo días de inestabilidad durante los cuales esperaba la llegada de la ventana adecuada con la ilusión de empezar y, a la vez, con el miedo a la incertidumbre. Cuando dicha ventana llegó, resultó ser un día agónico: tenía que tomar la última decisión y los miedos iban aumentando. Recuerdo reflexionar y pensar en todo lo que me había llevado hasta allí, el tiempo, el esfuerzo económico, el sacrificio. Y, sobre todo, un sueño que no debía traicionar. Una vez tomé la decisión, ya no hubo vuelta atrás y fue como activar un resorte. Recuerdo acostarme y apenas dormir para, muy de madrugada, partir en bicicleta y recorrer los escasos kilómetros que me separaban de El Capitán. Iba con una confianza ciega en mí mismo. Esa misma confianza que, como comenté anteriormente, mostraría síntomas de debilidad al segundo día de ascensión, pero ahí es donde residía la “aventura” que yo buscaba.
El solitario, a pesar de la percepción que pueda existir, siempre ha estado presente en el desarrollo histórico de la escalada y el alpinismo en general. Tú mismo aportas pruebas de esta realidad en el artículo que escribiste para el número 37 del Boletín de la AEGM, titulado “La experiencia del solitario” cuando explicas que Miguel López escaló el Torreón de los Galayos en solitario nada menos que en 1933 —dicho solitario, por cierto, se convertiría en la tercera absoluta al Torreón oficialmente—. Raúl Muñoz Triguero también apunta a esta cuestión cuando dice en su ya mencionado Manual Técnico aquello de: “¿Pero quién fue el precursor de esta arriesgada disciplina? Aunque la historia no les haya dado mucha fama en el estilo de escalada [sic] que realizaban algunas de sus actividades, sí la consiguieron por la apertura de rutas que aún hoy en día todo escalador desea tener en su curriculum. Me refiero a toda una generación de escaladores de los años cincuenta, como fueron Ricardo Cassin, Walter Bonatti o Gaston Rebuffat, para quienes escalar en solitario era sencillamente escalar.” ¿En qué momento histórico de la evolución de la escalada en solitario nos encontramos ahora?
Quiero pensar que, en esos tiempos, la escalada en solitario era una expresión de máximo compromiso y, como tal, se afrontaba posiblemente buscando nuevos retos, nuevos hitos dentro del alpinismo y, en alguno de los casos, buscando el reconocimiento social que ello implicaba. A buen seguro que algunos lo practicarían con naturalidad, como el geólogo Schulze a la hora de realizar la segunda ascensión absoluta del Urriellu, conocedor como era de las técnicas y seguramente sin darle mucha importancia al estilo.
Creo que en estos momentos nos encontramos a gente como Silvia que simplemente busca “vivir” experiencias al límite, a escaladores de renombre que buscan romper límites realizando en solitario actividades que ya de por si son muy exigentes en cordada y otros tantos que buscan simplemente el adentrarse en nuevas sensaciones con el fin de saber si realmente les satisfacen o no… Yo, personalmente, pertenezco a estos últimos, con la particularidad de haber descubierto que, para mí, el solitario representaba una modalidad que me aportaba mucho como escalador y que me ha hecho descubrir hasta dónde podía llegar en autosuficiencia a la hora de enfrentarme a una gran pared con todos sus condicionantes. A mayores, te permite disfrutar de la escalada, regalándote un tiempo para ti mismo, lo cual, para mí, es muy importante, ya que muchas veces no disponemos de ese tiempo debido a que estamos encontrándonos siempre con gente.

Una máxima que se repite normalmente a la hora de reflexionar sobre la escalada en solitario es que el acto de decidirse por la práctica de esta modalidad debe ser el fruto de un deseo profundo por escalar solo/a. Es decir, que no puede ser la consecuencia de no tener con quién escalar. ¿Cuáles son las motivaciones que llevan a alguien a escalar en solitario?
Las motivaciones pueden ser variadas y cada uno sabe la suya. Actualmente, y cada vez más, me encuentro con gente (con poco recorrido en el mundo de la escalada) que decide formarse con el fin de suplir la falta de compañero y que incluso arrastra una gran confusión que consiste en mezclar términos como escalar autoasegurado (con una cuerda fija), el solo integral y la escalada en solitario propiamente dicha. Muchas de estas personas se inician como quien prueba algo nuevo para descubrir si les gusta o no, y el tiempo dirá si encuentran finalmente esta modalidad atractiva. No es mi intención enjuiciar a nadie, ya que yo mismo empecé poco a poco, pero denoto en la sociedad cierta inquietud por hacer/probar demasiadas cosas, como si la vida se nos escapara, en vez de centrarse en algo y explorarlo en profundidad —dígase escalada deportiva, dígase escalada en solitario—. Hay que tener en cuenta que, en esta modalidad, la exigencia física es notable y, a su vez, la inversión de tiempo para depurar errores y templar el espíritu es mayor de lo que uno se espera, con lo cual, tal vez, muchos escaladores tengan la extraña sensación de estar malgastando su tiempo o de no estar rentabilizándolo en aras de realizar actividades más interesantes o que satisfagan más el ego, como por ejemplo “hacer grado”.
En mi caso, y tras años de prácticas más o menos esporádicas con el solitario. llegó también el momento de cerrar etapas en el plano del rendimiento deportivo alcanzado, también a nivel de compañeros de cordada. Decidí, pues, intensificar más mi tiempo disponible para el solitario con el fin de generar mi propio espacio libre de compromisos con los demás y, así, focalizarme en nuevos retos de carácter personal.
En la introducción al libro de Kirkpatrick, Silvia Vidal expone las diferencias entre estar solo/a o sentirse solo/a, entre la soledad que buscas y la que te encuentra, ¿qué haces cuando te sientes solo escalando en solitario?
Curiosamente, no me encuentro nunca solo cuando escalo, sino más bien al acabar. Creo que todo esto tiene mucho que ver con cómo somos. Por mi parte, siempre he sido —o eso creo— un ser sociable, pero que disfruta estando solo por momentos. Todos necesitamos un tiempo para organizar nuestra mente, o simplemente para no pensar (algo que practico con frecuencia). Con respecto al solitario, encontré una gran diferencia entre escalar solo en mis escuelas locales y marchar un fin de semana solo a un sitio diferente. Es ahí cuando realmente me siento solo, pero es al rematar la actividad. Digamos que durante la ascensión y la preparación de su logística previa, disfruto del momento, y llego a no ser consciente del tiempo transcurrido, ya que estoy totalmente en focus con la realidad que me absorbe… Y es al rematar la actividad, cuando siento una necesidad de conectar de nuevo con la sociedad, aunque tan solo sea bajando a un pueblo a tomar un refrigerio. Muchas veces, me he notado solo también a la hora de compartir estas vivencias, ya que es muy difícil generar empatía con alguien que no lo práctica, de ahí que normalmente no trasciendan mucho las actividades en solitario, salvo aquellas más mediáticas que, por una u otra razón, acabas relatando bien sea en tu club o con tus amistades más cercanas. La verdad es que es comparable a cuando volvía de Galayos de realizar mis primeros sextos en autoprotección y con mis compañeros de deportiva no generaba nada de química en las conversaciones al no existir el famoso “grado” de por medio. De ahí, la eterna separación entre deportivos y clásicos que tiene su origen en no saberse escuchar entre ellos ni valorar todas las actividades. Era curioso comprobar ya en los noventa cómo en el refugio de Galayos o del Urriellu te sentías cómodo al comprobar el llamado «buen rollo» que existía cuando todos compartían sus actividades al margen del grado numérico que estas tuvieran, y cómo, a su vez, al llegar a casa, comprobaba con los deportivos que solamente a partir del 7b lograbas que tus gestas cobrasen valor, un valor que, por supuesto, te daba igual que reconociesen o no, pero que provocaba que, simplemente, no te encontrases a gusto y optases por el distanciamiento. A todos nos gusta pertenecer a un colectivo y somos seres sociables, de ahí viene que, al menos en mi caso, guste de compartir mis experiencias ya sean en deportiva o en solitario, aunque, al final, la realidad sea bien distinta.
De mis andanzas en solitario, poco o nada se sabe, tan solo el núcleo más cercano, pero tampoco me he sentido apenado por ello, ya que cuando tienes una cosa clara y un objetivo en mente, todo lo demás pasa a ser, digamos, superfluo… O, simplemente, dejas de darle importancia.

Más allá de la escalada en solitario, tu perfil es bastante poliédrico. En él se da la confluencia entre la docencia, la divulgación, el guiaje, las tareas de responsabilidad en el Programa de Tecnificación Deportivo de Escalada de la Federación Galega de Montañismo… Supongo que eres la muestra, como muchas otras personas, de la dimensión compleja de la escalada y del alpinismo. ¿En qué consiste esa complejidad?
Pues no resulta fácil, la verdad. Es como si mi cabeza fuese un ordenador en el que entran varios usuarios con sesiones diferentes. No es fácil gestionar mi vida privada como escalador con mi perfil profesional y, de hecho, cuando decidí dar el paso hacia la profesionalización, decidí también no sacrificar mi yo verdadero. Esto implica situaciones como el impartir un curso de iniciación a la roca, con todas las connotaciones en cuanto a seguridad que lleva implícitas, y que, a lo mejor, una semana después, te encuentren escalando en solo integral en algunas vías fáciles de la escuela… Sin casco, sin cuerda, etcétera. Tal vez parezca una locura, pero sería difícil hacer entender a la gente que se inicia el porqué de ciertas cosas y el camino recorrido que me llevó a todo ello. Creo que todas las modalidades de la escalada son apasionantes y, por ejemplo, es increíble ver cómo disfrutan los jóvenes el mundo de la competición, la cual considero beneficiosa para formarte como deportista, pero lo que verdaderamente siento es lo que yo aporto a las nuevas generaciones: mis conocimientos, muestro caminos… Y ellos, en total libertad, los irán recorriendo, unos si y otros tal vez no, pero siempre sin tratar de conducirlos de manera explícita hacia alguna de las modalidades. Nuestro deber debe ser mostrar, dar a conocer, y ya, después, en función de la motivación intrínseca (algo que ya no abunda mucho fuera del mundo de la competición), que cada uno decida profundizar por donde estime.
¿Cuál ha sido la evolución que has experimentado como guía? ¿Cuál es tu vínculo con el monte y el contexto desde tu profesión?
Debo decir que como guía no ha sido como más he experimentado, más bien como guía espiritual jajaja… Desde el momento que comencé a ejercer esta profesión, es cierto que la mayor carga de trabajo me fue llegando del mundo de la escalada deportiva, a través de entrenamientos semipresenciales, escuelas deportivas, el programa de tecnificación con la juventud de mi comunidad autónoma y cursos variados en roca. Esto me ha permitido no tanto aumentar mi vínculo con el monte (ya que, de hecho, voy algo menos que antes), sino más bien con las personas. Es decir, he logrado conectar a través de mi profesión con las nuevas generaciones y sentir (a la vez que disfrutar) su pasión por la escalada independientemente de la modalidad que tratemos. Esto que parece algo trivial no deja de ser importante para mi, ya que es primordial para transmitir conocimientos, valores y experiencia. Es importante mantenerse en conexión permanente con el fin de que se genere un hilo intergeneracional que nos conecte a todos/as. Algo que antiguamente existía en muchas familias de tradición montañera, pero que hoy en día apenas se ve, ya que los chicos/as acceden a la escalada directamente sin previamente haber realizado montaña, como pasaba en tiempos pasados.
¿Se nos ha quedado algo en el tintero que quieras mencionar?
Harían falta más horas para que afloraran pensamientos y, sobre todo, haría falta algo más de paz y sosiego, jajaja. Espero que algún día podamos compartir alguna actividad y continuar esta agradable charla. Espero haberme desnudado lo suficiente.
¡Un fuerte abrazo!