
No sé muy bien cómo presentar a Miguel Noguera sin incurrir en una mentira o en una injusticia — o en ambas—. No se trata de reproducir el cliché consistente en iniciar un texto aludiendo a la incapacidad de quien suscribe estas líneas —o sea, en este caso, yo— para abarcar el vasto bagaje y acervo y grandeza de la figura presentada. No. Se trata más bien de una torpeza para atinar. Una incapacidad. Me tiembla la palabra. Bueno, allá va: Miguel Noguera es un (¿)ultrashowman(?) y también es un (¿)infrashowman(?) y un dibujante. Para las personas que no estén familiarizadas de antemano con el trabajo de Noguera, decir esto es como no haber dicho nada porque algunos de los términos resultarán absolutamente irreconocibles. Lo que acabo de decir es como una nebulosa aún más densa que la que ya surcaba la atmósfera nada más iniciar este párrafo. Casi mejor no haber dicho nada. Y para quien ya sabe quién es Noguera, la descripción precedente es igualmente inútil porque no añade nada nuevo. No obstante, puede que los tres términos que he empleado constituyan lo más preciso que alcance a decir a lo largo de este escrito. Y, en definitiva, puede que —en realidad y justamente— la tarea de Noguera no vaya de representar las cosas, sino de entrar de lleno en ellas. Así que yo tampoco quiero re-presentarlo a él. Lo mejor será presentar una de sus ideas más conocidas, el “Cristo mal” —idea que ha sido materializada incluso en forma de camiseta (¡varias tallas disponibles!), así que os podéis vestir y arropar con ella para encadenar vuestros octavos en un gesto de fanatismo deportivo y de proselitismo noguerista desaforado—:

Quizás, uno de los elementos distintivos de la trayectoria de Noguera sea el minucioso quehacer orfebreico y ebanístico desplegado sobre las ideas. Las herramientas empleadas para la faena son la palabra —abundantísima y generosa en ocasiones— y la imagen —tanto ilustraciones como fotografías—. Se trata de un esfuerzo continuo y constante que se basa en trabajar la idea igual que se trabaja la madera —y esta, a su vez, es una idea que recojo de un amigo que se dedica a las artes escénicas: Miguel Valentín—. Los personajes que pueblan el imaginario nogueriano son conceptuales y concretos: rampas, viejas, curas… ¿Un cura como concepto/idea? Os preguntaréis. Pues sí. Además, el modo de laburar de Noguera toma la forma de un “circuito cerrado”, como él mismo plantea en la introducción a su libro, La muerte del piyayo (Blackie Books, 2016). Las ideas se refieren a sí mismas. La autorreferencialidad, la redundancia, la repetición, la insistencia adquieren, así, su potencia estética.
Bueno, ¿y qué tiene que ver todo esto con el alpinismo? Os preguntaréis también. Os lo explico: resulta que, hace algunos días, regresé a la lectura del libro que he citado anteriormente. Y me re-encontré con dos ideas que nos atañen:
“Escalador prefiere la hendidura que hay en el asa al asa misma (un asa bien hermosa, por cierto)”.
Miguel Noguera, La muerte del piyayo.

“Rocódromo instalado en el patio de luces del ovni. ¡Qué escaláis, idiotas! ¡Tomaos un respiro! ¡A dónde más pretendéis llegar!”
Miguel Noguera, La muerte del piyayo.
A raíz de observar durante largo tiempo estas dos ideas, me planteé qué tipo de alpinismo sería uno en el que lo propuesto por Noguera ocurriera como práctica, como gestualidad, como técnica. Qué pasaría si, efectivamente, decidiéramos —por no se sabe bien qué razones— arquear una hendidura tallada sobre un peldaño de vía ferrata —o un asa, en general, que hubiera sido instalada en la pared— como si fuera una regleta, obviando la posibilidad de asir el objeto de forma contundente. Qué tipo de objetivo perseguirían unos alienígenas que ya están en medio de una aventura de dimensiones estelares en sí misma —surcando el Universo— para, además, ponerse a entrenar en un rocódromos instalado en el patio de luces del ovni. Como las dudas me rondaban la cabeza, decidí preguntarle al propio Noguera por estas y por otras cuestiones. El resultado —ya lo veréis— es un poco quebrado —¡llevad el piolet entre los dientes!—. Porque, por diversas torpezas mías, no logro plantear las preguntas pertinentes y/o adecuadas. El encuentro verbal se vuelve inestable y el vértigo alpino se atisba por momentos. A pesar de ello, la entrevista ocurre —logra terminar ocurriendo, lo cual ya es un logro existencial mínimo, ¡pero muy necesario!—. Quizás mirar el alpinismo a través de la práctica estética de Noguera no nos saque de un marrón en el monte ni implique un beneficio con respecto a la eficiencia a la hora de progresar por una cresta. Lo que si que implica es una relación alegre con el entorno y una atracción por ese mundo que está más a mano: los objetos que están ahí mismo. En fin, os dejo —en este caso, aquí mismo— con la entrevista:
- ¿Tienes alguna vinculación con el mundo del alpinismo y de la escalada? En el caso de que no tengas ninguna vinculación y te plantearas tenerla, ¿cuál sería?
Let’s be honest: Mi relación con el mundo del alpinismo es nula (ojalá esta declaración en la portada de vuestra revista, ¿no? “MI RELACIÓN CON EL MUNDO DEL ALPINISMO ES NULA”: los lectores consternados). En cualquier caso preguntas por cuál sería la relación si me planteara tenerla, es decir, no preguntas tanto por la relación como por el “planteamiento” de la relación. La relación con el alpinismo en tanto que “planteada”, no la relación efectiva. Es una distinción sutil, pero crucial; crucial para salir del paso, digo. O sea, no te voy a responder pero, aun así, con el mareíto retórico he rellenado el espacio de la respuesta, que es lo que importa, ¿no? Importa rellenar, no con qué se rellene.
- En el texto de arranque del libro La muerte del piyayo, afirmas —a partir de un ejemplo concreto— que lejos de ser un ilustrador freelance que “pare mundos de fantasía con la mirada perdida”, lo que haces es “clavar la mirada” sobre lo que hay, sin opinar ni juzgar acerca de ello. ¿Sobre qué clavaste la mirada para realizar las ilustraciones del rocódromo en el patio de luces de un ovni y del escalador arqueando un peldaño de vía ferrata?
Veamos, he localizado la anotación original de la viñeta del patio de luces del OVNI, es de finales de enero de 2016 y dice así: “Rocódromo en patio de luces de ovni. O piscina”. No recuerdo qué la inspiró exactamente… Quizás algo escuchado en un programa de radio estadounidense que toca temas de misterio, conspiración, Nueva Era, etc, el Coast to Coast AM; pero en cualquier caso posiblemente tenga que ver con el elemento piscina instalada en un vehículo volante y la siguiente anotación que escribí: “Absorciones al saltar a la piscina de la nave. Si se supera cierta altura se es chupado. Despedirse así de los propios padres: un hijo sano, bello e inteligente se borra para siempre frívolamente ante sus padres”. Es decir, que al saltar a la piscina del OVNI te sales del carenado de la nave, eres arrebatado y mueres congelado en el acto. Y la otra, no sé bien. He estado un rato buscando en mi base de datos con la esperanza de encontrar una fotografía o captura de pantalla que documentara su origen —se trata de una anotación de julio de 2015 que dice así: “Agarradera en el asa (asa agujereada romboidalmente, o en forma de incisión de rocódromo, o rocódromo con asas plateadas con incisiones para los dedos”— pero no he encontrado nada. Lo siento mucho.
- ¿Qué tipo de alpinismo se destila de cada idea? ¿Qué tipo de alpinismo sería ese que necesita las técnicas que planteas (escalar en el rocódromo de un ovni y aplicar la fuerza de dedos en perpendicular a la superficie de un asa en lugar de empuñarla)?
Uf, no sé. Es una pregunta extraña. En el caso de la primera idea, ¿alpinismo improbable?; y en el del asa, ¿alpinismo paradójico? No lo sé, la verdad.
- Estoy dando por hecho que el asa que dibujas en la ilustración del escalador es un peldaño de vía ferrata, pero igual no lo es, y lo que estoy haciendo yo misma es ejercer mis propios prejuicios y opinar, ¿qué decirles a las personas alpinistas que se aproximan a esta ilustración? O quizás no hay que decirles absolutamente nada, claro…
Ignoro qué es una vía ferrata y obviamente no tengo nada que decirles a los alpinistas.
- Sinceramente, ¿a dónde crees que pretenden llegar esos alienígenas que escalan en el rocódromo del patio de luces de un ovni?
A ver, entiendo que ellos se ejercitan como lo haríamos los humanos. La cuestión era invitarles a que se dieran un respiro, que dejaran el rocódromo en casa y que no se exigieran tanto, que ya habían alcanzado suficientes metas, etc. Pero ahora que lo pienso esos pobres humanoides, esa grey people, quizá no vuelvan a pisar su planeta de origen y la escalada sea crucial para evitar el anquilosamiento. Quizá en su día me precipité. Por lo que hoy me desdigo: Los alienígenas solo pretenden mantenerse en forma y el rocódromo es un excelente equipamiento. Pido disculpas.
- En el mismo libro en el que incluyes las dos ilustraciones mencionadas, hay otra que muestra una serie de personas agarrándose a las asas que han sido instaladas en el espacio público. El texto que forma parte de esta idea reza: “Barras instaladas en la calle para que los ciudadanos se agarren a ellas y soporten los embates de la existencia. Barras para aguantar la vida en general.” ¿Acaso no es un asa de este tipo la que se encuentra el escalador en medio de la pared, pero, en lugar de asirla abarcando el máximo de volumen, se inclina por sostenerse sobre ella con las yemas de los dedos nada más? ¿Por qué haría alguien tal cosa en medio de los embates de la existencia?
Entiendo que preguntas por qué alguien habría de agarrar las barras para soportar los embates de la existencia tal y como lo hace el escalador del primer dibujo, ¿no? Como si una idea estuviera anidada en la otra, es decir: no solo hay unas barras en la calle para que la gente angustiada se agarre a ellas sino que hay ciudadanos que, inexplicablemente, hincan los dedos en vez de asirlas… ¡Cómo voy a saber yo por qué harían eso! ¡Me estás pidiendo que dé explicaciones sobre la conducta de una gente cuya existencia acaba de serme notificada! ¡Gente que para colmo solo existe dentro de una fantasía! Obviamente me estás pidiendo que, dada una situación remotísima, especule sobre sus causas; pues sabe que no estoy dispuesto a especular en absoluto, así de crudo te lo digo. ¡Como la entrevista siga por estos derroteros me levanto y me voy!
- ¿Qué forma tendría un alpinismo mal?
Tendría la forma del incumplimiento deliberado de las medidas de seguridad en la escalada, por supuesto —de repente no te sigo la broma y me pongo serio, ¿no?—, ¡un alpinismo irresponsable y temerario! Eso sería por definición el alpinismo mal. ¡Ir a escalar con la pierna rota y la cuerda podrida! ¡Ir a escalar herido de muerte!
- ¿Es la ladera de una montaña un tipo de rampa?
Por supuesto, ¿qué es si no? ¿Un muro? Claro, claro, un muro también; una cosa no quita la otra. Pero, desde luego, rampa es.
- Y ya, desviándonos del alpinismo, creo recordar que en alguna entrevista has hablado del “objeto amigo”, ¿qué es un objeto amigo y qué peso tiene en tu forma de trabajar?
¿“Objeto amigo”? Ni idea, primera noticia —siguen los desencuentros—. Supongo que te refieres a los “afectos formales”. Son las formas y los objetos que me atraen, yo qué sé, un flequillo levantado en forma de tsunami por una cinta deportiva para la frente, una hombrera cubierta de pequeños pinchos cónicos, un palito atascado entre dos elementos corporales —entre el globo ocular y el párpado, por ejemplo— un cigarro entre los labios, un libro grueso de tapa dura, gafas de sol ciberpunk… Aunque en realidad todos esos cuerpos son variaciones de un mismo modo de asir gráfico; casos y motivos de mi gusto dibujístico. Puros arrebatos new flesh.
- Es la última pregunta —y resulta extraño—, pero es que, de repente, me he dado cuenta de que no me atrevo a pronunciar ni escribir las palabras con las que te presentaría por temor a incurrir en el juicio, ¿cómo te presentarías tú a ti mismo?
Intento no tener que hacerlo, pero si un desconocido random me pregunta a qué me dedico suelo responder literalmente que “estoy en el teatro”, intentando que entienda que quizá ocupo un puesto técnico o administrativo. Si indaga más me veo obligado a admitir que “hago un monólogo” y le advierto que no se trata de un monólogo al uso. Si persiste le digo que busque en Youtube, que hay muchos vídeos del Ultrashow. Y si llegados a ese punto continúa con el interrogatorio le rajo la cara con un vidrio.
Después de leer la entrevista minuciosamente varias veces, me doy cuenta de que es cierto: quizás Miguel Noguera no hable específicamente de “objetos amigos”. Fue una expresión que se me quedó grabada a fuego en la memoria al ver el vídeo de otra entrevista que Ernesto Castro le hizo a Noguera entre el 6 y el 7 de diciembre de 2019. Castro formulaba una pregunta empleando esa expresión concreta: “objetos amigos”, como sinónimo de “afectos formales” —que es, como apunta Noguera en esta entrevista para INUA, el concepto más apropiado para definir su tarea—. Pienso y repienso sobre el porqué de ese apego mío con la expresión “objeto amigo”. ¿Por qué se me habrá quedado obstinadamente esa expresión en el cerebro? Y me da por fantasear con que, tal vez, se deba a que, en alpinismo y escalada, tenemos un objeto amigo por excelencia: el empotrador de expansión por levas, o friend —¡y recordemos también la nomenclatura amigos del Galayar!—. Por supuesto, esta razón es solo un delirio. Pero un delirio que me tranquiliza.