Vuelta a los orígenes


Pasan los días y no sabemos muy bien, nada bien, cómo van a continuar. Qué va a ser de nuestra existencia tal y como la conocíamos y vivíamos.

Pasan los días inmersos en una nueva rutina, más rutinaria aún si cabe.
Cada cual vivimos ahora según nuestras circunstancias, pensando que no estamos tan mal (que no lo estamos!), si echamos un vistazo un poco más allá, a nuestro alrededor.
Cada uno tenemos nuestra realidad social, laboral, familiar y personal. Creo que, ahora más que nunca, somos capaces de ponernos en la piel del otro y pensar con más amplitud, de forma colectiva… ¿Cómo nos va a afectar esto a todos?. Somos una comunidad que está mucho más conectada entre sí de lo que nos creíamos, y esta situación nos está sirviendo para darnos cuenta de ello: los unos sin los otros no somos nada. Un pensamiento, una reflexión, interesante y bonita.
Unos días antes del estado de alarma, trabajaba en El Valle de Arán dando formación a los futuros Técnicos Deportivos de Alta Montaña. Ya se hablaba del COVID-19, aunque de una forma más despreocupada y anecdótica que ahora. Compartíamos noche, cena y camas en el pequeño y encantador Refugio de Saboredo, lejos de las preocupaciones normales de la vida en los valles e inmersos en la vida y las preocupaciones de allá arriba; meteo, condiciones, estado del grupo… Nos encontramos con conocidos a los que les dimos la mano o un abrazo sin la menor preocupación, como siempre hemos hecho. Charlábamos y compartíamos experiencias pasadas y futuras, viajes de trabajo que estaban por venir; Noruega, La Grave, Silvretta… viajes de trabajo que, por fortuna, son a la vez deber y pasión, responsabilidad y disfrute.
De un día para otro, de un plumazo, todo esto cambió y nos fuimos a casa en un ambiente enrarecido, sin saber muy bien a qué nos enfrentábamos, ni cómo, y menos aún, por cuánto tiempo.
Ahora, casi dos meses después, nos seguimos preguntando lo mismo, sin tener claras las respuestas ni los tiempos. Lo poco que tenemos claro, a eso apunta la tendencia, es que nuestras vidas y costumbres van a cambiar bastante, al menos durante una buena temporada. Y aquí seguimos, deambulando por nuestras cosas; recuerdos, fotos, música, cine, cocina, entrenamientos caseros, videollamadas, etc. Charlamos con viejos y nuevos amigos, compartimos preocupaciones y esperanzas, risas y lamentos y preguntas comunes que terminan por llevarnos a ninguna parte. Vivimos en una montaña rusa emocional con puntos de inflexión muy marcados y distantes.
– ¿Y cómo vamos a hacer ahora?
Miramos con el ombligo y surgen varias preguntas. ¿Cómo vamos a trabajar los Guías de Montaña? ¿Con cuánta gente? ¿La Cuerda Corta ya no va a poder ser tan corta?…
Pero miramos con los ojos también y surgen muchas más, que hacen que nos demos cuenta lo entrelazados que estamos entre todos y cuánto dependemos los unos de los otros. ¿Qué va a pasar con los refugios de montaña? ¿Y con los hoteles rurales y pequeños comercios de productos típicos? ¿Y con los teleféricos y medios de transporte? ¿Vamos a poder viajar?. Y más importante aún… ¿Van a poder viajar nuestros clientes? ¿Se van a poder alojar en algún sitio?…

Muchas incógnitas y prácticamente todas sin respuesta en la actualidad.


revista INUA -hielorocaynieve.com

Lo que está claro es que en algún momento podremos salir de nuestras casas más allá de ese kilómetro al que a partir de ahora nos van a limitar. Poco a poco podremos volver a desplazarnos, quizá con límites, a nuestras montañas, las más cercanas. Y en algún momento podremos volver a disfrutarlas y compartirlas con todos aquellos dispuestos a ello. Aunque quizá tengamos que hacerlo de una forma un poco diferente a cómo veníamos haciendo.

Desde bien pequeño conocí la montaña de mano de mis padres, siempre con respeto, siempre con pasión y de una forma un tanto romántica. Desde bien pequeño aprendí que uno de los mayores placeres y más intensas sensaciones que uno puede vivir en las montañas era dormir en ellas, con las estrellas como protección, si la meteorología lo permitía, y si no, con la tienda, esa que ahora descansa en el trastero bajo una gruesa capa de polvo. El ruido del hornillo, el sabor de la sopa de sobre y la sensación áspera en la lengua después de quemártela, como siempre, tras el primer sorbo. La sensación de calor en el cuerpo y frío en la cara, la noche en duermevela y ver el amanecer mientras se desentumece el costado sobre el que dormitaste la última media hora… Todo esto, ahora lo vivimos en contadas ocasiones, pocas, demasiado pocas.
¿Y ahora qué?

Quizá sea el momento de reinventarnos, de volver a los orígenes, de compartir nuestras salidas y escaladas con la esterilla, el hornillo y el saco.



Tendremos que hacerlo por obligación, si nuestros queridos refugios, aquellos que se convierten en nuestra casa de veraneo, no pueden darnos sus servicios; si la hostelería, esté a la altura que esté, se ve limitada, ya sea por servicios, aforo o simple capacidad de maniobra. Pero quizá también debamos hacerlo por conciencia social, protección personal o aún mejor, romanticismo.

Haremos una planificación más detallada de nuestras salidas, buscando lugares idóneos para pasar la noche. Podremos enseñar a montar un buen vivac, mostrar sitios idóneos, con buenos abrigos naturales, fuentes secretas y atardeceres de ensueño.

Cargaremos nuestras mochilas solo con lo necesario, sin «por sí acasos» ni cosas superfluas, solo con aquello que necesitemos de verdad para vivir la experiencia que estamos buscando: volver a sentirnos libres y dueños, por unas horas, de nuestras vidas.

 Texto y fotos > Martín Moriyón Romero

www.hielonieveyroca.com

Martín Moriyón 2-Revista INUA


Los artículos y opiniones que aparecen en esta publicación reflejan las opiniones de sus respectivos autores, y no tienen por qué coincidir con las del equipo editorial.


 

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