
Pasan los días y no sabemos muy bien, nada bien, cómo van a continuar. Qué va a ser de nuestra existencia tal y como la conocíamos y vivíamos.
Muchas incógnitas y prácticamente todas sin respuesta en la actualidad.

Lo que está claro es que en algún momento podremos salir de nuestras casas más allá de ese kilómetro al que a partir de ahora nos van a limitar. Poco a poco podremos volver a desplazarnos, quizá con límites, a nuestras montañas, las más cercanas. Y en algún momento podremos volver a disfrutarlas y compartirlas con todos aquellos dispuestos a ello. Aunque quizá tengamos que hacerlo de una forma un poco diferente a cómo veníamos haciendo.
Quizá sea el momento de reinventarnos, de volver a los orígenes, de compartir nuestras salidas y escaladas con la esterilla, el hornillo y el saco.
Tendremos que hacerlo por obligación, si nuestros queridos refugios, aquellos que se convierten en nuestra casa de veraneo, no pueden darnos sus servicios; si la hostelería, esté a la altura que esté, se ve limitada, ya sea por servicios, aforo o simple capacidad de maniobra. Pero quizá también debamos hacerlo por conciencia social, protección personal o aún mejor, romanticismo.
Haremos una planificación más detallada de nuestras salidas, buscando lugares idóneos para pasar la noche. Podremos enseñar a montar un buen vivac, mostrar sitios idóneos, con buenos abrigos naturales, fuentes secretas y atardeceres de ensueño.
Cargaremos nuestras mochilas solo con lo necesario, sin «por sí acasos» ni cosas superfluas, solo con aquello que necesitemos de verdad para vivir la experiencia que estamos buscando: volver a sentirnos libres y dueños, por unas horas, de nuestras vidas.
Texto y fotos > Martín Moriyón Romero
Los artículos y opiniones que aparecen en esta publicación reflejan las opiniones de sus respectivos autores, y no tienen por qué coincidir con las del equipo editorial.